“No es que la sencillez se haya incorporado a la ciencia moderna, la sencillez es la ciencia moderna.” (p.349)
Esta es una obra de divulgación científica que busca demostrar la siguiente premisa, que la ciencia debería regirse a través del principio de la navaja de Occam, por lo que dice desde el comienzo que este no es un libro historia de la ciencia, sino que quiere demostrar la hipótesis antes mencionada.
JohnJoe MacFadden nos explica cómo llegó a esta hipótesis, y señala que Guillermo de Occam alcanzó este principio, cuando estaba en un contexto en que la ciencia y la realidad era explicada a la medida de Dios, lo cual implicaba tener que complejizar lo que fuera necesario para que tuviera sentido. Guillermo de Occam se dio cuenta que muchas de las definiciones para explicar la realidad, podían comprenderse de manera mucho más simple con motivos mundanos y desacreditó las pruebas que Santo Tomás dio para comprobar la existencia de Dios. No es que él fuera ateo, de hecho, era un sacerdote franciscano, pero desde su perspectiva, una cosa es el mundo y Dios está en un plano más allá de nuestra comprensión y acceso, mientras que lo que sucede en el mundo, sí podemos explicarlo a través de la observación y la deducción de ésta, es decir, podemos comprenderlo. El problema es que esto fue una herejía, de la que Guillermo jamás se retractó y, por ello, vivió su vida en el exilio.
Mucho se ha criticado el principio de la navaja de Occam por ser simplista y que eso no nos permitiría entender la realidad, sin embargo, el autor indica que eso es malentenderla, pues este no significa que sea necesariamente la con menos elementos, lo que hace este principio es eliminar las redundancias. Por lo tanto, permite agregar todos los entes necesarios, siempre y cuando no sean redundantes y esto que nos puede parecer obvio no lo es. Un claro ejemplo fue un paseo por los descubrimientos de la astronomía donde se pensaba que la Tierra era el centro del universo, lo cual implicaba que, para poder explicar el movimiento de los planetas y el sol, algunas teorías se explicaban a través de 80 esferas que podían seguir multiplicándose en la medida de poder justificar dicha teoría.
Si bien, como mencionamos, “La vida es simple” no es una historia de la ciencia, si lo es de como en distintas épocas los científicos fueron absorbiendo el principio de la navaja de Occam y, con ello, desafiando las ciencias. Es interesante como indica que para los avances es necesario hacer una criba de las muchas teorías que se manejan, pero que los científicos son humanos y por ello, dogmáticos, ellos también eligen en cuanto a sus creencias. En este sentido, es importante un descubrimiento que hace Kepler. Éste sintió que descubrió el funcionamiento del universo y si bien admitió que los planetas giraban alrededor del Sol, el Sol y la Luna giraban alrededor de la Tierra que se mantenía estática, pero ese modelo como todos los demás tenía un error de alrededor del 10%. Cuando Kepler fue nombrado matemático imperial, entonces tuvo que comenzar a trabajar en probar distintas teorías y se dio cuenta que los modelos más sencillos son lo más fáciles de refutar, mientras que en los complejos siempre se pueden agregar nuevas capas.
La obra cita constantemente científicos y pensadores que usaron la navaja de Occam, quizás no de manera consciente, pero si influenciados de alguna forma, aunque fuese indirectamente. También es un paseo por la historia de las ciencias respecto del uso de este principio, donde todo se inicia mirando a las estrellas hasta regresar a la Tierra y buscar explicar los fenómenos físicos que suceden para luego ir hacia la biología, explicarnos la vida y regresar la mirada al cielo para intentar la proeza de una teoría unificadora.
La obra defiende, sobretodo, la sencillez, un atributo que no está necesariamente implícito en la navaja de Occam, pues recordemos que puede haber infinitos entes, siempre que no sean redundantes. Sin embargo, la tendencia de explicar la vida ha tendido a la belleza de la sencillez: “A lo largo de los siglos, los matemáticos siempre han intentado simplificar las ‘ecuaciones feas’ para obtener soluciones bellas” (p. 141). La tendencia no sólo de las matemáticas, sino de las ciencias han sido que simplificar las explicaciones y, probablemente, lo que nos quedé por descubrir, cuando lo hagamos sea de una belleza asombrosamente simple.
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